Seguir adelante

Revista de creación y debate DI@LOGOS



Seguir adelante






SEGUIR ADELANTE

La vida no es fácil a veces. Pasamos por pruebas difíciles, pero siempre debe existir en cada uno de nosotros la fuerza necesaria que nos permita levantarnos y seguir caminando. Porque hay momentos en nuestra vida que parece que todo está en contra, donde nos vemos expuestos a situaciones muy difíciles o adversas donde puede haber mucho dolor, humillaciones y el mundo se nos viene encima.

Son en estas situaciones donde parece que la vida nos pone a prueba para buscar dentro de nosotros esos recursos y habilidades para enfrentar la desdicha que estamos viviendo.

De pronto cuando creemos tener todo en la vida alguien o algo derrumba nuestro castillo, nuestro imperio, y allí estamos nosotros. De todo debemos aprender. Nada ni nadie nos debe desalentar. Somos nosotros los únicos que podemos elegir: bajar los brazos o seguir peleando.





Dos hermanos muy parecidos, pero muy distintos en su forma de ser, crecieron en un barrio no muy tranquilo. Lo único que le quedaba era su madre porque el padre había fallecido una desafortunada noche. Esteban, el mayor, que tendría por entonces unos 10 años, no entendía porque había ocurrido, o porque tuvo que ser su padre, y la angustia y la desesperación le recorría todo el cuerpo.

Al funeral acudieron muchos viejos amigos. Juntos lloraron a los pies de la tumba de su padre. No es que hiciese un muy buen día precisamente, porque parecía que hasta las nubes se iban a caer del cielo, y entre la bulla y los llantos se le acercó Miguel, un amigo de la vieja guardia. Les dio el pésame, les confesó que su padre había sido uno de sus mejores amigos y que le había dolido mucho su partida, pero que seguro estaba en un lugar mejor y que nada se iba a quedar así. A Esteban, que lo vió muy seguro cuando le decía todo eso, se le vino a la mente continuar por el camino que había trazado su padre, pero no se atrevió a decírselo; y mientras pensaba en eso, un frio intenso le recorrió su cuerpo y las ganas de llorar se le notaron en los ojos, pero Miguel no dijo nada.

Los días iban pasando, Esteban no parecía el mismo, estaba más serio que nunca, y de la noche a la mañana dejó de jugar como cualquier niño de su edad. La madre le notaba diferente, empezando por su forma de ser, su forma de vestir y después con sus amistades, también empezó a tener ausencias y problemas en el colegio.

Un día, cuando andaba por el malecón, se le acercaron tres chavales vestidos de una manera peculiar que él enseguida reconoció y le hicieron preguntas desagradables como: “¿Tú eres el hijo del fallecido?” o “¿qué tal la reunión en la iglesia?”. Esteban, al verse delante de ellos, tuvo ganas de pegarles y empezó a pelear con ellos, pero sin suerte pues acabó de bruces en el suelo.

De regreso a su casa, después de lo sucedido, se encontró con Miguel y unos chavales más que estaban con él sentados en el parque. Miguel, al verle magullado, se le acercó y le preguntó preocupado que le había pasado. Esteban le contó lo sucedido y lo que le habían dicho sobre su padre.

Miguel quiso saber dónde había ocurrido todo. Se dirigieron al lugar a ver si encontraban a los chavales que habían herido a su amigo o alguien que supiera de ellos. Estuvieron buscando y buscando y, cuando ya pensaban que nunca los encontrarían, vieron a los tres chavales en un parque, sentados, bebiendo y fumando. Cuando uno de ellos se dio la vuelta por casualidad, reconoció a Esteban, pero lo que le sorprendió no fue verlo a él, sino con quien estaba en ese momento.

De repente, por el fondo, se escuchó un grito “¡ uuUU!”, los chavales se pusieron de pie, cogieron las botellas en sus manos y, sin mirar atrás, empezó la pelea. Al momento se empezaron a escuchar las sirenas de la policía; todos salieron corriendo, pero en la reyerta la policía consiguió alcanzar a Esteban y a dos de los chavales de la otra pandilla.

Cuando llamaron a la madre para que le fuese a buscar a la comisaria, casi le da un ataque de ansiedad de la preocupación. Se vistió deprisa y fue a recoger a su hijo. De camino a su casa, la madre, enfurecida, empezó a regañarle: “Que si no pensaba en lo que hacía” ,“Que tenía un hermano pequeño”, “Que si quería acabar como su padre”. En ese momento a Esteban se le enervó la sangre y le dijo que prefería acabar como su padre que estar llorando en casa. Después de eso hubo un silencio muy incómodo que no rompió nadie.

Esteban, que en su momento pensó seguir los pasos de su padre, ya tenía las cosas suficientemente claras y lo hizo. Todo fue en cadena después del primer paso, que si guerrero voluntario, la primera pulsera, la segunda, un escalón más, y siempre todo según tenía que ir. Cuando se quiso dar cuenta ya tenía 16 años y estaba metido en un mundo de problemas. Pero no sólo había eso, también había diversiones, que era lo que más le gustaba.

Un día que estaba en una fiesta, fumando en la calle, pasó un coche a su lado y le dispararon a quemarropa, dejándole mal herido. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, cosa que nadie pensaba que iba a pasar.

Cuando la madre recibió la llamada no se lo podía creer, y Ernesto, el hermano menor, que escuchó la conversación, no podía parar de llorar por lo sucedido, y en verdad se volvió a repetir la misma historia. Una historia que nunca va acabar.

He visto tantas cosas en esta vida que a veces creo que todo es un sueño u otra historia más, como la que les acabo de contar. Desperdiciando tanto mi vida llegué a creer que todo lo que hacía estaba bien, sin darme cuenta de que estaba cavando mi propia fosa y acostándome poco a poco en ella.

Amigos, socios, hermanos, como los quieras llamar, no son lo que aparenta en esta vida. He tenido tantos de ellos y casi todos ellos eran como una moneda: por un lado de una forma y por el otro lado de otra. Cuando daba un paso hacia adelante en mi vida, parecía que daba tres hacia atrás, arrastrado por todo lo que tenía conmigo y todo el daño que había cometido. Pero en verdad yo sé que la vida me deparará cosas buenas, aunque también tengo que afrontar todo el daño que he hecho, porque en esta vida todo da vueltas. Es como un bumerán que lo tiras y, cuando menos te lo esperas, vuelve. Por eso hay que estar atento, para cuando vuelva y saber cogerlo sin sufrir daño.

Llevo años metido en un mundo de pandillas y, ahora que soy adulto, me he dado cuenta de todo lo que les he dicho. Pero yo sé que cuesta abrir los ojos y darse cuenta de todo lo que en verdad pasa a tu alrededor, porque a mí mismo me costó abrirlos y enterarme. Cuando más me intentaban ayudar, más testarudo me ponía y menos caso les hacía. Primero tenía que darme cuenta por mí mismo, para que luego me pudiesen ayudar de todo lo que quería cambiar e intentar buscar un nuevo camino. Ahora sé que la vida tiene muchas salidas y que hay que luchar por lo que quieres.






Son las 5 horas y 45 minutos de la madrugada, suena el teléfono en casa. A esas horas se sabe que las llamadas no son buenas, ninguna llamada telefónica lo es en la madrugada. Alargó el brazo en el preciso momento en que sobrevenía el silencio entre el primer y el segundo tono del teléfono. Su mano tropezó con la mesita de noche. A su lado su mujer. Ella se asustó por el terrible estruendo, estaba intrigada por esa desesperante llamada. Fue ella la que encendió la luz de la lámpara sobre la mesita.

La mano del hombre cogió el teléfono y respondió. Su pregunta fue demasiado rápida, breve y alarmada: “¿sí? ¡dígame!” “¿El señor Khaled?” “¡Sí, soy yo! ¿qué ocurre?” “Soy Vera, señor, le llamo desde el hospital. Me temo que ha sucedido algo muy delicado…” “¿Se trata de mi hija?” preguntó él muy asustado, con el corazón a mil por hora… Sintió como rápidamente su mujer se agarró a su brazo con los ojos llorosos. “Sí, señor Khaled, nos la han traído en bastante mal estado y…, bueno, creo que todavía es pronto para decir nada o adelantar nada ¿me entiende? Me gustaría que se pasara por aquí cuanto antes”. “Pero ¿está bien? ¿qué la ha pasado?” preguntó su esposa…

Parecía que el tiempo se había parado. Por la cabeza de Jade pasaban miles de cosas… “A ver, señor Khaled, su hija ha tomado algún tipo de sustancia muy peligrosa. La han traído sus amigos y estamos haciendo todo lo posible por ella, es lo máximo que puedo decirle por ahora. Espero que cuando ustedes lleguen aquí pueda darle mejores noticias”. “Muchas gracias, doctor, llegamos inmediatamente”. “Entren por urgencias…” colgó el teléfono. Rápidamente, Jade, su mujer, le preguntó: “¿qué ha pasado? ¿Un accidente?” “No, dicen que…” “¡Khaled! ¿Qué dicen? por favor, dime algo. Me va a dar un ataque”. “Hosseini se ha tomado algo”.

Lucía, María y Juanjo no se movían desde hacía ya un rato, ni siquiera se dirigían palabra, era como si no se atrevieran… sólo miraban de vez en cuando hacia la puerta de urgencia, por si salía algún médico a informarles sobre su amiga. Era como si por alguna razón no quisieran verse ni reconocerse ninguno de los que eran. Estaban muy asustados y con mucho miedo.

Estando todos en silencio dijo Luci: “¿por qué a mí no me ha pasado nada?” Se lo preguntó veinte veces y no conseguía ninguna respuesta. “Yo también estoy bien” dijo Juanjo. Al pronto saltó María diciendo que por favor lo dejaran ya. Juanjo se sentó al lado de Lucía y suspiró diciendo que todo había sido un accidente, la abrazó y le dio un beso en la frente. Lucia se echó a llorar. “Deberíamos llamar a Ángel y también a Belén. Se tienen que enterar de esto” dijo María.

7 horas y 15 minutos de la mañana. Le despertó el fuerte sonido del teléfono. Estaba mareado, cansado, con mucho sueño. Casi no había pegado ojo en toda la noche, estaba intranquilo. Era como si intuyese algo, algo que le estaba avisando de que algo iba mal. Dejó de sonar el teléfono, no le dio tiempo a contestar… Pensó que era el amor de su vida, Hosseini. A esas horas nadie le solía llamar. Volvió a sonar el teléfono “¡Hola! ¿quién es?” “Sí, ¿Ángel? antes se había cortado ¡perdón! escúchame antes de que esto vuelva a cortarse de nuevo, estamos en el hospital, es que… puf… es que Hosseini se ha tomado una pastilla y le ha sentado demasiado mal” “¿Una qué? ¡joder, mierda! ¿qué clase de pastilla se ha tomado?” “Éxtasis” dijo Juanjo “¿Hosseini? ¿un éxtasis? ¡nada tiene sentido, decidme que esto es una broma! ¿qué le ha pasado exactamente? ¿y dónde está? “Estamos en el hospital, no sabemos lo que la ha pasado, pero se ha puesto muy mal de repente”. “Deberías de venir” dijo Lucia ¡Sí, si! ¡ya mismo cojo un taxi y voy para allá!

7 hora y 45 minutos “¿Sí? ¿quién llama?” “Soy Lucía, la amiga de su hija Belén” “¿Lucía? pero hija ¿sabes qué hora es?” “¡Sí!” dijo Lucia, “es que ha pasado algo y creo que Belén debería saberlo…”. “Pero hija, es que Belén está dormida”. “Es muy importante señora”. “Será todo lo importante que tú quieras, pero no voy a despertar a Belén por nada del mundo, ella ahora mismo está dormida y necesita descansar. Pero Lucia hija ¿qué ha pasado?” “Es Hosseini, está en el hospital” “¡Dios mío! ¿un accidente?” “No señora. Se ha tomado algo que la ha sentado mal” “¡Aaahh, ya entiendo! ¿drogas, verdad?” “Bueno, algo parecido”, dijo Lucia “¿Y quieres que Belén vaya a allí, tal y como esta ella?” “Bueno… yo sólo he pensado que Belén debería saberlo y estar aquí” “¡Está bien! cuando se levante se lo diré y ¿cómo esta ella?” “Está mal señora…” “Bueno, Lucía, hija, siento lo ocurrido, se recuperará”.

Todos esperaban ansiosamente en la sala de espera a que llegasen los padres y a la hermana pequeña de Hosseini. Esperaban buenas noticias… El señor Khaled se dirigió a ellos preguntándoles que qué había pasado. Juanjo asustado fue el único valiente en responderle. “Nada, todos tomamos pastillas y a ella le sentó mal, eso es todo” “¿Pero? ¿estáis locos o qué? la habéis liado”, dijo el señor Khaled. Su mujer, nada más que sabía llorar, abrazada a su hija pequeña Petra. El médico observaba la situación, que hasta para él era difícil “¿Cómo está Hosseini?”, preguntó Lucía con lágrimas en los ojos. “Está en coma…”. Lucía explotó a llorar gritando: “¡está en coma! ¿sabéis? ¡Hosseini está en coma!”

Petra vio cómo sus padres salían de la habitación donde acababan de instalar a Hosseini y se quedó sóla con ella. Casi le daba miedo mirarla. Hosseini tenía agujas clavadas en un brazo por las que recibía el suero, un pequeño hierro en el hombro conectado a sondas y aparatos que desconocía, un tubo enorme de color blanco y amarillo. Parecía ser el nuevo cordón umbilical de su vida. Tenía otro tubo que entraba en su boca abierta. Otro sellado con cinta en su nariz y por debajo de la cama colgaba una bolsa de plástico que era donde iba su orina. Petra estaba asustada, todo eso era aterrador para ella. Se detuvo y empezó a llorar, mirando fijamente a su hermana. Podía morir, esa era la verdadera realidad, o estar en coma el resto de su vida, esa también era la realidad.

Un coma era como la muerte, aunque con una posibilidad de despertar en unas horas o en unos días, o quién sabe… Petra le cogió la mano a su hermana que susurrando le dijo: “¿estás aquí? no llores, Petra, no llores, por favor, ayúdame… os necesito fuertes a todos, así que no llores. Puedo verte ¿sabes Petra? No se cómo, porque sé que tengo los ojos cerrados, pero puedo verte. Sé que estás ahí, a mi lado. Y que vas tan guapa como siempre ¿verdad? Hermana… ¿lo ves? y, sin embargo, aquí adentro está tan oscuro… es una extraña sensación, hermana, es como si flotase en ninguna parte, mejor dicho, es como si mi cuerpo estuviese fuera de toda sensación, porque no siento nada, ni frio, ni calor, tampoco siento dolor, es un lugar agradable. Bueno, lo sería si no estuviese tan oscuro. Me gustaría ver, abrir los ojos y mirar. Ahora mismo puedo dar un paso y olvidarme de todo para siempre. Pero no puedo moverme ¡Petra, Petra! ¿y los demás? ¿están bien? ¿papá y mamá? ¿y Ángel? ¡Oh, dios mío! daría mi último aliento por tenerlo aquí, a mi lado, y sentir su mano como siento la tuya hermana ¡Tu mano… Ángel! ¡me siento tan sola...!”.

Al salir, Petra se tropezó con Ángel… “¡Petra! soy yo”. Petra fue corriendo y se abrazaron. Mientras Ángel la acariciaba el cabello, le dio un beso en la frente y le dijo que estuviese tranquila, que todo iba a ir bien. Después le dijo que le habían dicho que su hermana estaba en coma, y que no le habían dejado verla todavía. Petra se retiró de la puerta y le dijo que podía pasar a verla “¿Ángel? ¡oh, Dios…! ¿eres tú, Ángel? ¿estoy soñando?”, no, no es un sueño, eres tú, reconozco tu voz, y huelo tu perfume y… sí, también puedo verte al lado de mi hermana Petra, y ahora mamá te da un beso, has llegado, sabía que lo harías, pero como aquí el tiempo no existe, no sabía cuándo sería posible verte.

Ahora, sin embargo, me alegra tanto tenerte a mi lado, aunque debes disculpar mi aspecto, debo estar horrible ¿verdad? Y pensar que lo último que te dije fue… Te quiero, no hablaba en serio ¿sabes? ¡qué estúpida fui! En realidad… no sé, estaba jugando, ya sabes tú. Creo que me asustaba atarme. Se dicen tantas tonterías acerca del primer amor: qué si se empieza pronto, luego se estropea enseguida; que es mejor vivir primero, y después… ¡no quiero perderte Ángel!






Amina era una chica guapísima, pero siempre ocultaba su cara con un velo. En el instituto llamaba mucho la atención por sus ojos, pero casi no se relacionaba con nadie porque ella no salía de su casa, sólo para ir a clase. Con la que mejor se llevaba era con Estefanía. Amina siempre sacaba buenas calificaciones, era la mejor de la clase, le encantaba estudiar y quería ser escritora.

Una noche, Estefanía estaba en su habitación, leyendo, y escuchó que alguien silbaba. Se asomó a la ventana, vio a su amiga Amina y le preguntó que qué pasaba, que qué hacía en la calle tan tarde, y Amina respondió que por favor la dejara entrar, que estaba muy mal. Estefanía, por supuesto, no lo dudó.

Entró sin que sus padres se dieran cuenta y empezó a contarle lo ocurrido. Amina le contó que sus padres querían llevarla a su país natal para casarla con un hombre mayor que ella, que por favor la ayudara a esconderse un tiempo porque ella no quería dejar sus estudios por seguir sus costumbres. Estefanía le dijo que sí, que se podía quedar, pero que tenía que buscar otra solución mientras tanto y pensar qué hacer porque no podía estar escondida toda la vida, que lo mejor era enfrentarse a sus padres y hacerles entender que eso no es lo que ella quería realmente.

Amina dijo que estaba de acuerdo, que no se preocupara, que no sería por mucho tiempo. Estefanía la escondió en el desván porque hacía años que nadie subía allí, allí había una cama y estaría cómoda. Le dijo que siempre que sus padres estuvieran distraídos o fuera de casa la iba a subir algo de comer, libros y se quedaría un rato con ella haciéndole compañía y charlando.

Al día siguiente Estefanía fue a clase, vio el sitio de su amiga vacío y se puso nerviosa pensando que tenía a su compañera escondida en su desván. “Si alguien se entera, voy a tener un serio problema”, se decía Estefanía para sí. Sin embargo, nadie preguntó por Amina, nadie notó su ausencia, nadie dijo ni mú, todo seguía igual. Estefanía se sintió aliviada, aunque temía que las cosas pudieran cambiar de un momento a otro. Seguro que los padres de Amina pondrían una denuncia de desaparición, pensaba Estefanía.

Estefanía volvió a casa después de clase y le subió algo de comer a su amiga. Se quedaron hablando un rato y le dijo que todo estaba igual, que nadie había sospechado nada, ni sus padres habían denunciado su desaparición. Amina se sintió contenta y más aliviada; sin embargo, Estefanía quería saber qué es lo que tenía pensado hacer. A ella no la importaba tenerla en su desván, pero si le importaba saber cómo acabaría esto. Ella debía enfrentarse a la situación, pero Amina le pidió tiempo, más tiempo.

Al día siguiente Estefanía volvió a ir a clase como otro día cualquiera y se sentó en su sitio. Al comenzar la clase la profesora preguntó a los alumnos si alguien sabía algo de Amina, pero nadie respondió. La profesora decidió llamarla a su casa para saber si estaba enferma o le había ocurrido algo. Sospechaba que Amina fuese otra víctima más, porque a antiguas alumnas suyas, del mismo país, sus padres las sacaban de la escuela para meterlas en su casa a limpiar todo el día y casarlas. Niñas de 14, 15, 16 años.., y no iba a permitir que su alumna Amina fuera otra más.

Rebeca, que así se llamaba la profesora, le tenía mucho cariño a Amina. era la mejor de sus alumnas y sabía que a Amina la interesaban mucho sus estudios porque siempre estaba muy atenta, ponía mucho interés y aprobaba todo. Al llamar a sus padres contestó un hombre. Rebeca preguntó que si le pasaba algo a Amina. El hombre respondió que no y colgó. A Rebeca no le hizo mucha gracia y pensó en llegar hasta el fondo de la cuestión.

Horas después, los padres de Amina pusieron una denuncia de desaparición. El detective asignado al caso vino al instituto a hacer algunas pesquisas. Rebeca se asombró de que Amina pudiera desaparecer así de repente, sin más. Tenía que haber un motivo.

Rebeca entró en clase. Les pregunto una vez más a sus alumnos que si sabían algo de Amina que por favor lo dijeran porque la cosa era seria. Le dio una hoja a cada uno de sus alumnos, les dijo que pusieran lo que pensaban de Amina y que pensaban que la había podido pasar. Unos respondieron que pensaban que era rara y que seguro estaba embarazada y se fue para que sus padres no la vieran. Otro respondió que no le gustaba el país del que venía y que no le importaba lo que la había podido ocurrir. Pero hubo una respuesta que a Rebeca le llamó mucho la atención: Es una buena chica y seguro que se ha escapado porque sus padres querían casarla con un hombre mayor y llevarla a su país. Rebeca investigó de quien podía ser esa letra, pero no lograba saberlo.

Estefanía se fue rápido a su casa para contarle a Amina lo ocurrido. Al llegar, Amina estaba dormida, la despertó y le contó que sus padres habían ido a la comisaria y que por esa mañana vino un inspector al instituto. Tienes que solucionar esto, Amina, le dijo, no puedes esconderte toda la vida, dile a tus padres lo que piensas, yo no dejaré que te lleven, habla con la policía o lo que sea. Pero Amina se negó. Decía que no porque entonces la separarían de sus padres y eso sí que no era lo que ella quería, sólo quería hacerles entender. Estefanía se encogió de hombros y le dijo a Amina que bueno, que se lo pensara, y después se marchó.

Al día siguiente, Rebeca llamó a Estefanía y le pidió que si podían hablar en privado. Estefanía consintió. Rebeca le dijo que había reconocido su letra y que si sabía dónde estaba Amina que era mejor que se lo dijera, pues así podrían ayudarla, pero Estefanía dijo que no sabía nada.

Con la excusa de encontrarse mal, Estefanía pidió permiso a la Directora del Instituto para marcharse a casa. Su madre vino a buscarla. Al llegar a casa, subió corriendo al desván para contarle a Amina que había metido la pata al escribir eso, pero Amina ya no estaba allí. Estefanía decidió entonces llamar a Rebeca contarle que había escondido a Amina en el desván de su casa, pero que se había ido, que había sido por su culpa. Rebeca la tranquilizó, le dijo que no se preocupara, que iba hacer todo lo posible para encontrarla, que gracias por habérselo contado, pues así ya sabía que Amina estaba bien.

Pasaban los días y no sabían nada de ella. Rebeca pensó que tal vez lo mejor era hablar con el detective del caso, a ver si sabían algo. Así fue. Amina había decidido volver a su casa y afrontar la situación. Al fin y al cabo, qué otra cosa podía hacer. No podía huir. Era aún demasiado joven como para echarse a perder y, además, no conocía a nadie más aquí. Su corazón le decía que, después de todo, su familia era lo más importante y quizás, cuando llegase a la edad adulta, entonces podría tomar sus propias decisiones y elegir qué vida llevar. De momento, decidió obedecer a sus padres y seguir sus costumbres, aunque la idea de que la desposaran con un hombre mayor que ella, y al que ni si quiera conocía, no tenía nada que ver con lo que ella había aprendido en la escuela sobre los derechos de las personas.





Tienes amigos de todo tipo, unos estudian, otros trabajan, otros no hacen nada, fuman y beben en el parque. Tú sabes lo que quieres para tu vida, sabes lo que te gustaría ser en un futuro, lo que te gusta hacer o tus aficiones desde pequeño y la relación que tienes con tu familia, especialmente con tus padres.

Sin darte cuenta, vas alejando a las personas que tienen una buena influencia en ti y te aportan cosas buenas, vas dejando a un lado los estudios, y practicar tus aficiones ya no te parece interesante.

Empiezas a juntarte cada vez más con malas compañías, ves que lo pasan bien, hacen lo que quieren y a la hora que quieren. No se preocupan por sus estudios ni por conseguir un trabajo, pues van al dinero fácil.

Tú sabes que esa vida no es la que quieres para ti mismo, pero que mas da… Tienes muchos años por delante, ya tendrás tiempo de cambiar de amigos, ahora quieres “vivir la vida”, nada malo pasará, después te centras en lo que realmente quieres y ya está. Empiezas a beber y a fumar, a faltar a clase y a pasar la mayor parte del tiempo en la calle, como ellos. Ya no pones atención en tus obligaciones, solo te preocupa pasarlo bien y olvidar los problemas.

Tu grupo además, se mete en peleas y tienen muchos trapicheos. Tú no quieres meterte en esas historias, pero al final te acabas acostumbrando a ese ambiente y meterte en esos temas te parece cada vez más normal.

Después sin darte cuenta, todo ese cumulo de cosas te ha arrastrado a estar metida en juicios y discusiones con tus padres. Te salta la alarma interna”¡¡¡No sigas!!!” Pero sientes que ya es tarde, te propones centrarte más en tus cosas y pasar de malos royos pero no cambias de compañías, en tu casa cada vez tienes más problemas porque tus padres ven que no vas por buen camino pero te molesta que te lo digan, porque aún te crees capaz de controlar la situación aunque sigues sin cambiarla.

De repente sin darte cuenta otro día te surge un problema que te viene de improvisto, cometes otro delito, pero no le das importancia.

Al día siguiente te enteras de que estás denunciada, piensas : “ya la he fastidiado otra vez…” “tengo que terminar con esto ya”. Pero no piensas realmente que pueda pasarte nada, una multa y otra vez a lo mismo de siempre. Pero esta vez no es así, ya tienes antecedentes y te meten en un centro de menores.

Miras atrás y te das cuenta de las millones de oportunidades que tuviste para cambiar, o simplemente para no meterte en ese mundo desde el principio. Pero… qué más da. Tienes muchos años por delante, ya tendrás tiempo de cambiar de amigos, ahora quieres “vivir la vida” nada malo pasará, después te centras en lo que realmente quieres y ya está.

Después, después, después… Siempre después. Y al final nunca te alejas de lo que te perjudica. Te das cuenta de que ya es tarde, que todas esas frases solo son excusas para retrasar el momento de enfrentarte a la vida y al esfuerzo. Que te equivocaste y que uno no elige las consecuencias de lo que hace pero sí lo que hace. Y tienes que saber parar a tiempo, sino puedes arrepentirte mucho.

Piensas que por juntarte con cierta gente tú no cambiarás, pero lo cierto es que te acostumbras a cosas que no van contigo, y llega un momento en el que ya has cambiado, y hasta que no te das el golpe no te das cuenta.

Por eso son tan importantes las compañías que eliges y la gente de la que quieres rodearte, porque es tú ambiente y de ser una persona segura de lo que quiere, pasas a ser una persona que ya no tiene claro cuál es su sitio, solo por estar en el equivocado.

Pero eso no lo vemos hasta que nos pasa algo malo, hasta que no nos dan un escarmiento. De repente, uno está alejado de su familia, ellos, a pesar de haberte aconsejado mucho y tú no haberles echo ningún caso, no te dan la espalda, te apoyan y siguen confiando en ti, en que estás a tiempo de cambiar y hacer las cosas bien.

Te das cuenta realmente de que es tu familia quien nunca te va a fallar y de lo importantes que son para ti. En la calle les valorabas, pero no lo suficiente, les tenías cuando los necesitabas y cuando no ibas a tu bola. Ahora es cuando realmente te das cuenta de que son imprescindibles en tu vida y que tendrías que haber seguido sus consejos. Poco a poco vas cambiando y mejorando todo, te esfuerzas por retomar tus estudios y por recuperar la confianza y la buena relación con tus padres. También reflexionas mucho sobre lo que de verdad merece la pena y lo que no.

Sabes que siempre estarás expuesto a muchas tentaciones, como volver a juntarte con la gente de antes, seguir bebiendo y fumando, o volver a dejar tus estudios. Piensas que todo lo harás con cabeza fuera, pero te queda la duda de si fuera de verdad te acordarás de lo que pensaste entonces.

Sólo está en tu mano, tomártelo en serio y empezar de cero, aprovechar la segunda oportunidad que te están dando para retomar el camino que no tendrías que haber abandonado o seguir en la misma línea de antes.

Puedes sacar provecho, aprender muchísimas cosas, puedes mirarlo de forma positiva, y aunque no sea una situación agradable, te lo puedes tomar como una oportunidad para darte cuenta de lo que estabas haciendo mal y cambiarlo, o simplemente puedes dejar que pase el tiempo hasta que llegue tu día y entonces seguir como lo estabas haciendo antes. Cada uno valora lo que quiere para sí mismo. En ti estará la decisión que quieras tomar, de ti depende la mayor parte de tu futuro.

Todos tenemos problemas, echamos de menos a alguien y tenemos situaciones complicadas. Estábamos haciendo las cosas mal, pero sigo pensando que esta es una gran oportunidad, es una “pausa” en tu vida para que abras los ojos y veas que ya pasaste el límite y te estás desviando de tu camino.

Entonces es cuando tienes que empezar a cambiar y a aprender de tus errores y mejorarlos. Seguramente no será fácil y necesites un tiempo para centrarte bien en lo que quieres en tu vida. Pero si quieres, puedes.

Tendrás la sensación de que tendrías que haber cambiado mucho antes y haber pensado lo que hacías mucho antes, pero todos tenemos fallos. Mejor tarde que nunca.






Llevaba varios días de retraso. En el fondo deseaba que así fuese. Estaba muy enamorada de mi novio y deseaba tener un hijo con él. No me lo pensé, al día siguiente entré en una farmacia y pedí el test de embarazo. Llamé a mi novio, tan sólo dijo: “te quiero”.

Mi madre al principio no quiso aceptarlo, desaprobaba la relación que mantenía con mi novio. Se llevó las manos a la cara: “¡Dios mío, eres aún una niña!”; pero ella no se daba cuenta que diciéndome eso me lastimaba. Al principio ella no quería que tuviese a mi hijo, pero yo estaba decidida a tenerlo porque ese era mi deseo. Y le decía a mi madre que no se metiera en mi vida. Desde entonces empecé a tener problemas con ella y a llevarnos mal.

Hasta que un día discutimos, me puse muy nerviosa, se me fue la mano y le pegué. Me denunció por malos tratos. Cuando lo supe, me puse a llorar y me enojé mucho con ella, aunque sabía que no era ella la que tenía la culpa, sino yo misma. Y, sin embargo, me sentí tan frustrada y enojada que pensé que ya nunca más quería saber nada de ella: la odiaba.

Así estuve un tiempo, sin hablarle. Recuerdo que de niña era muy rebelde e impulsiva, me portaba muy mal, le hablaba mal a todo el mundo y, además, no aceptaba que nadie que dijera lo que tenía que hacer, y siempre replicaba: “quien eres tú para decirme lo que tengo que hacer”. En ese momento ya no me importaba nada, hasta que una mañana me desperté y me puse a pensar, y me dije a mi misma por qué hago esto, yo no quiero ser así, yo quiero cambiar. Y pensé en mi hijo, no quería que saliera igual a mí y quería darle buen ejemplo. Desde entonces empecé poco a poco a controlarme y portarme bien. Aunque, sinceramente, creía que no iba a poder cambiar, por el mal genio que tengo, pero le puse muchas ganas y por fin lo conseguí.

Pasaron los meses y me di cuenta de cómo mi cuerpo iba cambiando. La primera vez que me hicieron una ecografía no podía ver muy bien a mi hijo porque todavía era muy pequeño, pero yo me alegraba mucho al oír latir su corazón y saber que mi hijo estaba muy bien. En la siguiente ecografía ya podía verle mejor, incluso se movía, y me eché a llorar.

Cuando nació mi gordito me prometí a mí misma que lo iba a criar como una madre responsable, y le iba a dar mucho amor y cariño, y muchos besos y educarlo bien. La gente a mi alrededor me ayudó mucho. Me enseñaron cómo debía alimentar a mi hijo, ducharle, tenerle apego, llevarle a la guardería, jugar con él, en fin, un montón de cosas.

Poco a poco, he ido aprendiendo cómo cuidar a mi hijo, y a sufrir, como la primera vez que lo llevé al pediatra para vacunarle y mi gordito lloraba. Me gusta cuando al despertar por la mañana, él también está despierto, esperándome, sonriéndome, y me siento feliz al ver a mi hijo que me sonríe, y le doy gracias a Dios por darme un hijo bueno y precioso.

Y ahora, siendo madre, me doy cuenta del sacrificio que mi madre había hecho por mi cuando yo era niña. Por entonces siempre preguntaba a mi abuela que dónde estaba mi madre, y ella me decía que estaba trabajando para poder criarnos a mí y a mis hermanos, y yo le preguntaba que por qué se iba sin despedirse de nosotros, por qué se iba de madrugada y sin decirnos nada”. Recuerdo que me sentía muy triste y lloraba mucho cuando al despertar no veía a mi madre, y mientras iba creciendo tenía en mi cabeza que mi madre me había abandonado y cada vez sentía más dolor en mi pecho, y sentía que mi corazón ya no soportaba tanto dolor: la extrañaba y lloraba mucho.

Al principio lo pasé muy mal, y siempre que hablaba con mi madre le echaba en cara por qué nos abandonó, y mi madre me decía que no nos abandonó, que para ella no fue fácil dejarnos, que por eso no se despidió de nosotros, porque sentía que no podía con el dolor que tenía en el pecho, y que ella sólo pensaba en nosotros para que tuviéramos todo y no nos faltase de nada.

Creo que cuando conocí a mi novio fue cuando comencé a madurar un poco. Nos conocimos en una fiesta de cumpleaños y comenzamos a salir, a conocernos bien. Él me enseñó muchas cosas y con el tiempo decidimos tener un bebé. Ahora he perdonado a mi madre, y a mí misma, y tengo un hijo precioso que es mi vida, sin él no sé qué haría, él me da fuerza para seguir adelante.





Esther vivía en una casita humilde en un barrio por el que nadie en sus cabales daría un paseo. Su madre se pasaba el día trabajando penosamente para sacar la familia adelante. Su padre siempre estaba bebiendo, se iba y desaparecía durante días. Esther siempre estaba sola en casa. En la escuela le iba muy bien a pesar de las dificultades y no tener nadie quien realmente se ocupase de ella. Le gustaba mucho estudiar, se entretenía leyendo y escribiendo todo lo que leía, le encantaba escribir.

Su madre siempre que podía traía dinero a casa, pero su padre enseguida se lo bebía todo; apenas le veía durante días, nunca estaba con ella cuando le necesitaba, en realidad parecía que ni le importaba cómo estuviese. Prácticamente vivía sola. Por suerte su tía vivía a dos manzanas; siempre iba allí a comer y a veces se quedaba a dormir.

Aquel día gris y lluvioso, de camino a la escuela, distraída, chocó con un chico. Ni le dio tiempo a fijarse en él. Al chocar se le habían caído al suelo encharcado algunos papeles que llevaba sueltos en su carpeta y se empaparon, vaya, quedaron hechos un asco. Cuando por fin se dirigió al chico para recriminarle, y decirle algo seguramente no muy amable, se quedó boquiabierta. Le pareció el chico más guapo del mundo. El chico, amablemente, la ayudo a recoger los papeles y se disculpó. Empezaron a hablarse y a conocerse. Esther no salía de su asombro pensando lo iguales que eran y tantas cosas que tenían en común. Pronto congeniaron y empezaron a verse a menudo hasta que se hicieron novios.

Pasaron las semanas y todo era perfecto, un sueño. Un día, Paul, que así se llamaba el chico, la llevó a un sitio que quería enseñarle. Era una casa medio abandona a las afueras del barrio. Olía raro. Dentro había gente con bastante mal aspecto. Esther se sentía incómoda, no sabía de qué se trataba todo aquello. Paul le dijo que estaban en un “ghetto”. Esther no sabía de qué le estaba hablando y preguntó que qué era eso. Paul contestó que aquel era un sitio para relajarse.

A Esther no le había pasado inadvertido que la gente dentro de la casa estaba fumando cosas raras e inhalaba polvos y otras sustancias extrañas. Hasta donde ella había oído, llegó a la conclusión de que se estaban drogando.
Esther se fijó como Paul sacaba de su bolsillo algo como un pequeño paquetito plateado que al abrirlo contenía como un polvo de color blanco. La invitó a probarlo: “Toma esto, te relajará mucho”. Esther no se lo pensó, confiaba en Paul. Se sintió tan bien que no pensó que pudiera ser nada malo.

Pasó un tiempo. Esther y Paul ya vivían juntos. La verdad es que no les iba todo lo bien que ella había soñado. Empezaron las discusiones frecuentes y las tensiones. Esther, vuelta a empezar, siempre estaba sola en casa, llorando; él se pasaba el día trapicheando y ella todo el tiempo a cuestas con su dosis. Hasta que un día, un amigo, vino a casa a decirle que a Paul le pillaron robando en una casa, había sido detenido y estaba enchironado. Esther se puso nerviosa, no sabía que iba a hacer sin él, de qué iba a vivir y cómo iba a conseguir dinero para su consumo. Si madre nunca estaba, su padre mucho menos y su tía no querían saber de ella desde que se enteró de la vida que llevaba.

Un día, desolada, salió de casa a pasear, se sentó en un banco en un parque, se le acercó un hombre de buen aspecto, se sentó a su lado y habló con ella. La invitó a cenar en un restaurante de los caros y después le propuso ir a un hotel con él. No lo dudó, si no fuera por él, pensó, no hubiera cenado ese día y tenía que agradecérselo de alguna manera. Por la mañana Esther se despertó, pero él ya no estaba. Sobre la mesita de noche había un fajo de billetes, 500 euros. Se quedó sorprendida, no pensaba que pudiera ser tan fácil.

Se cambió de nombre, de forma de vestir, se tiñó el pelo. Ahora era Jennifer. Ofrecía sus servicios en el barrio, también a través de las redes sociales. Dinero fácil y rápido para costearse su dosis, para todo lo que quisiera. Pero su adicción fue en aumento. Llegó al punto en que para ella eso era lo más importante, más que la comida, más que la ropa, más que todo.

Un día le llamó un hombre que le ofrecía mucho dinero por media hora. Le pareció tan extraño tanta cantidad por tan poco tiempo, ni en una semana lo ganaba. Acudió a la cita en el hotel, todo iba según lo previsible. Se sorprendió cuando, de repente, le ofreció el doble por repetir, pero esta vez sin preservativo. Esther sólo pensó en que iba a tener en sus manos mucho dinero y con eso podría hacer muchas cosas, no pensó en nada más. Después de la cita volvió a su casa. Al día siguiente el mismo hombre le volvió a llamar, y así todos los días. Empezaron a frecuentarse y a tener relaciones siempre sin tomar precauciones. Esther sólo pensaba en el dinero, en todo lo que podría consumir, con eso era la mujer más feliz del mundo.

Pasaron unos meses, era su cumpleaños y sus antiguos amigos de la escuela quisieron hacerle una fiesta. No se encontraba muy bien, llevaba unas semanas muy raras, había perdido mucho peso, le daban sudores continuamente, dolores de cabeza, le costaba respirar… en fin, acudió al encuentro con sus amigos, le venía bien salir un poco, necesitaba airearse y verse con alguien.

Fue todo muy bonito, pero cada vez se encontraba peor. Pensó que ya empezaba a perjudicarle todo lo que se metía, hasta que llegó al punto de encontrarse tan mal que decidió acudir al hospital. Pensó que con un lavado de estómago sería suficiente. El médico entró a su habitación con cara rara, como si se hubiese muerto alguien. ¿Algo va mal? le preguntó. El doctor no divagó: “Esther, lo lamento, has contraído el sida y está muy avanzado”. Esther se quedó en estado de shock. Al momento se derrumbó, no sabía si era un sueño o una broma o qué. Pensó en aquel chico guapo, alto y simpático con el que chocó de camino a la escuela que al final resultó ser su ruina.

Avisó a sus padres. Allí fue cuando se dieron cuenta de que habían descuidado a su hija, si ellos hubieran estado quizás nada de esto hubiese ocurrido, pensaba Esther. Pero, en fin, ella no quería culpar a nadie, nadie le obligó a hacer las locuras que hizo por dinero. Pensó que se había destrozado la vida ella sola, tan sólo por aquel polvo blanco sobre el papel de plata.






Era un día caluroso cuando, en algún lugar, nació una niña. Ese mismo día, en otro lugar, nació un niño. Los respectivos padres eran paisanos, aunque de diferentes familias. Pronto acordaron el matrimonio de sus respectivos hijos para cuando éstos cumplieran la edad.

Roxana había cumplido 1 año de vida cuando sus padres la llevaron a que le hicieran unos pendientes. Con 2 años de vida la llevaron a que le pintaran el cuerpo con gena permanente y le pintaron también un punto negro en la frente, lo que significaba que ya estaba prometida. A los 6 años la llevaron a que le hicieran el pendiente desde la nariz a la oreja. La pobre Roxana no entendía nada de todo aquello. Se preguntaba por qué le tenían que hacer todas esas cosas. Sentía que su vida era muy rara y ella tan sólo quería ser una chica normal.

Cuando cumplió 14 años, sus padres se pusieron en contacto con los padres del chico para llevar a cabo su acuerdo. Fue entonces cuando sus padres le contaron que la iban a desposar con un chico un año mayor que ella. Roxana, sorprendida por la noticia, les dijo que cómo se iba a casar con un chico que ni si quiera conocía y sin haberle visto nunca. “Ya le conocerás en los esponsos”, fue la respuesta de los padres.

Cuando llegó el día de los esponsales, Roxana se mostró muy nerviosa. Sus padres la llevaron a la mezquita, la vistieron con un vestido rojo magenta brillante, sobre la cabeza un velo rojo sangre, pulseras de oro en las manos, y en los pies unas tobilleras que repiqueteaban al andar. Le cambiaron el punto negro por un punto rojo, señal de su enlace. Después le repasaron y le volvieron a pintar las manos y los pies con gena permanente y le maquillaron los ojos.

Una vez que Roxana estuvo preparada, se sentó en una alfombra. Poco después Hansef entraba por la puerta. Los dos se miraron y él se quedó profundamente prendado de ella. Hansef se sentó en la alfombra, enfrente de Roxana, la miró directamente a los ojos y comenzó a pronunciar las palabras rituales para pedirle la mano. Seguidamente le preguntó qué si le aceptaba como esposo, pero, cuando llegó su turno de hablar, Roxana se quedó muda. Sus padres, algo enojados, apuraron a Roxana para que respondiese, pero ella seguía sin contestar. Unos minutos después de estar callada se desmayó y Hansef se apresuró a recogerla en sus brazos para que no se hiciese daño.

A la vista de lo acontecido, los padres de ambos, confundidos, hablaron en privado y decidieron prolongar y continuar con los esponsales al día siguiente. Así fue. Al día siguiente volvieron a la mezquita, repitieron el mismo ritual. Esta vez Roxana no se desmoronó y cuando llegó su turno de respuesta, contestó que sí.

A partir de ese día, Roxana empezó una nueva vida que no había imaginado antes. Se instalaron en una pequeña aldea fronteriza. Siempre que salía a la calle tenía que ir cubierta completamente con un velo, a través de cual apenas se vislumbraban sus ojos. Nunca podía salir de casa sin su marido. Por la calle siempre tenía que ir mirando a los pies de su marido, nunca podía mirar de frente, siempre al suelo, y, si se perdía, se tenía que quedar quieta donde estuviese y esperar a que alguien le prestara ayuda. Sólo cuando estaba en su casa se podía despojar del velo, pero para, a continuación, liarse un pañuelo que le cubría la cabeza y parte de la cara.

Roxana no soportaba esa vida y siempre discutía con su marido sobre esas costumbres. Al final, Hansef siempre acababa maltratándola, física y verbalmente, no la dejaba salir de casa y la encerraba bajo llave. Hasta que, un día, a Hansef se le olvidó echar la llave, y fue cuando Roxana aprovechó para escapar. Montada sobre un pequeño burro que tenían en el establo huyó de la aldea atravesando las montañas, durmiendo en inclusas que encontraba por el camino o al raso cuando no, y con apenas nada para comer. Así hasta que consiguió cruzar la frontera.

Y llegó a un nuevo lugar, Roxana sintió la incertidumbre de cómo iba a sobrevivir. No conocía el idioma y apenas hablaba algunas palabras en inglés que aprendió por su cuenta. Afortunadamente, la suerte no la abandonó del todo y tuvo ocasión de conocer a un chico que sabía también algo de inglés y, entre gestos y palabras, pudieron entenderse y conocerse.

En su nueva situación todo parecía diferente. Oía hablar de cosas que no podía entender del todo: derechos, libertades, igualdad, etc. Para Roxana este era una experiencia nueva: vivía con un chico que la respetaba; podía vestir a su gusto; no tenía que ocultar su identidad; podía moverse por cualquier lugar con libertad; podía tener amigos; estudiar; podía elegir qué vida llevar. Todo era muy diferente a su lugar de origen. Aunque Roxana no podía ser feliz del todo. Había dejado atrás su tierra, su hogar, su familia, sus padres. Las bondades de este nuevo mundo no podían compensar todo aquello de lo que huyó, sobre todo, el repudio de sus padres. Lo ocurrido era una deshonra para ellos. No podían comprender que su hija hubiera huido, hubiera renegado de sus costumbres. Ya no era su hija. No querían saber nada de ella.

A Roxana aún le queda la esperanza de que sus padres comprendan y la vuelvan aceptar como hija suya. Sólo así podrá ser completamente feliz. Mientras tanto, sigue adelante con su nueva vida.





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