Principios de vida


 


Contenidos

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Despertares
Colores
Convivencia
Sueños
La que hace feliz
Responsabilidad

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 Despertares

Todos los días me despierto y pienso qué será de mí ¿podré salir hacia adelante? El camino que emprendo esta lleno de baches, el pasado me llama, me incita, es como un fantasma que me arrastra hacia el pero hay algo de mí que lucha y lucha para diferenciarme de lo que era; es tan difícil, pero me digo a mi mismo “es posible, yo puedo, por qué ellos si y yo no si somos iguales, tengo grandes esperanzas de que mi vida dejara de ser un infierno”.

Cuando estoy a solas conmigo mismo, mi mente viaja por mi pasado y sueña con el futuro, sueña que ya no seré más la oveja negra y seré un hombre. Esos sueños que dan fuerzas, fuerzas que a veces se convierten en depresiones ya que quiero salir de la vida fácil y enfrentarme a mis retos, esos que veía que eran imposibles de alcanzar. Me doy cuenta de que cada día que pasa es un escalón hacia arriba, un paso de progreso, porque afronto los problemas buscando soluciones que no puedan perjudicarme.

He tenido muchos problemas desde pequeño que creo que me han impulsado a hacer muchas de las cosas que echo, la culpa no se la echo a nadie porque fui yo quien escogió mi destino y me gustó más la calle, me gustaban más los gansters, esos que hacían dinero en la calle a costa de los demás, y asesinando para ser más poderosos y temidos los admiraba. Pero hoy abrí los ojos y a quien admiro y lucho por ser son aquellos a los que llaman hombres, esos que se levantan por la mañana temprano y dejan el pan en la mesa con el sudor que cae de su frente, aquel que protege a sus seres queridos y que es honrado, moral, maduro un hombre de acción de estado y de bien.

Hoy puedo levantarme y mirarme al espejo y sonreírme porque aunque todavía no haya conseguido lo que quiero siento que he e cambiado y hay algo dentro de mi que me dice “lo estas haciendo bien, sigue así, y me dice que ya encontré el camino que debo seguir”. Alguien me dijo una vez que dentro de mi había un gran diamante y que si lo sembraba de bienes iluminaría mi camino, pero si hacia lo contrario, tuviera el poder que tuviera, ese camino se convertiría en una especie de remolino que tragaría mi felicidad y que me quedaría atrapado en el pasado como una pesadilla de la cual quieres salir y no puedes.

Si hay algo que tenga que decirles a esos que quieran seguir mi pasado, les diría que se lo piensen antes, que el tren por algunos sitios sólo pasa una vez y que el gusto que tienen hacia lo malo nunca será permanente, Que piensen en sus seres queridos porque el daño no sólo se lo hacen a ellos mismos. Lo que no deseo a nadie es el arrepentimiento ese que viene después de la tormenta y deja todo destrozado. Es ahí cuando tus sentimientos se convierten en sufrimiento y las esperanzas se desvanecen y te sientes sólo, sientes que estás acabado. Pero recuerda así es la vida y que si te ha pasado es para que te des cuenta de lo que haces y entrenes para cambiarlo porque todos cometemos errores, no somos perfectos, hay que tirar para adelante, levantarte siempre, saber afrontar los problemas y saber solucionarlos. Recuerda también que el tiempo no se para, que sigue y sigue, y que también lo olvida y cura todo.

Me he dado cuenta que en esta vida hay dos tipos de personas los decentes y los indecentes al igual que hay dos tipos de caminos. Humanos somos todos, algunos buenos otros malos, algunos ricos otros pobres, pero la realidad es que todos somos hormigas y lo único que cambia es el hormiguero. También me he dado cuenta de que hay que tener mucha paciencia, ser responsable y autocontrolarse en las situaciones conflictivas. Me acuerdo de cuando entre era muy obsesivo en mis pensamientos y de nada sacaba un montón de problemas que me perjudicaban y pienso que eso era culpa de la adicción a la droga. Ya llevo mucho tiempo sin caer en ella. La adicción ha ido calmándose, física y mentalmente me siento mucho mejor. Agradezco a aquellos que me han querido ayudar, por haber compartido conmigo sus consejos y su tiempo, para que yo me diese cuenta de lo que me hacía a mí mismo y a los demás, por haber confiado en mí y por apoyarme en los momentos que más necesitaba.




 Colores

Miró a través de la ventana, era muy tarde, y aunque se veía el brillo de las estrellas, no alcanzó a ver la intensidad de la noche. Veía el cielo a cuadrículas, y llevaba soñando algunos meses con poder mirar el horizonte a cielo abierto, y pensando que aún tendría que esperar un poco más, un poco más antes de salir al encuentro de su padre.

Después de mucho sin verse, recibió su carta la semana pasada. Una carta larga que atesoraba hasta que pudiera abrazarlo. Su padre, su maestro en el duro oficio de sobrevivir. En aquel lugar donde estaba era difícil encontrar un momento, un espacio propio para llorar, para estar a solas. Sentía que había perdido la privacidad, la intimidad, aunque hubiera ganado en otras cosas. Un día hablando con un amigo, se preguntaba que qué sacában con estar aquí; particularmente le contestó que de donde él venía, estar aquí era un lujo, aparte de tener comida y muchos cuidados –porque la gente sí que le trataba bien- se podía estudiar, obtener los papeles y poder tener una vida mejor; mientras le contaba estas cosas, pensaba que su interlocutor, que era un chaval oriundo del lugar, siempre había tenido estas cosas a mano, y que por eso no las valoraba. Él, medio desconcertado, le lanzó una mirada de incredulidad, como diciendo “pero qué está diciendo este colgao”, y le devolvió la mirada con la certeza firme de sus palabras, de sus razones y de sus experiencias.

Leyó la carta de su padre decenas de veces; la guardaba en una funda de plástico para tenerla bien cuidada del polvo y la humedad. Pensando en ello podía imaginar por todo lo que había pasado. Una noche intentó, no sabía cómo, hablar con él mediante su relato, estar presente a través del aire. Se le hizo tan triste su historia que las palabras salían del papel, asolándole el corazón hasta el cansancio, pero siguió leyendo.

El padre salió de su pequeño pueblo una madrugada, con un bolso de cuero donde llevaba una muda de ropa, una linterna, una esterilla y un paquete de carne seca de ternera. Caminando, colgándose de los camiones, o a lomos de animales llegó a la frontera semanas después. Pasó la frontera muy de noche, haciendo punta y codo, como los comandos de las películas, sin que los guardias aduaneros pudieran detectarlo. En la ciudad contactó con las personas que debían acompañarle a su paso por aquel territorio, bordeando la frontera. Él había llegado un año antes de la travesía de su padre. Pero su aventura fue, si se quiere, más cómoda. Un billete de avión le plantó en lugar seguro, acogido por unos parientes, y de ahí por tierra un viaje hasta aquí, donde rápidamente fue puesto a disposición de una red de atracadores que actuaban en la periferia de algunas grandes ciudades. Así fue como llegó, y así fue cómo tuvo que hacer las cosas para pagar las deudas familiares.

El viaje que hizo su padre hasta llegar a su destino fue infernal. Caminando a campo abierto, una noche fue atacado por dos escorpiones. Tuvo fiebres altísimas, espuma en la boca y la mirada desencajada, las personas que iban con él estuvieron a punto de dejarlo en el camino, pero un viajero le encontró y cubrió los picotazos con unas hierbas que llevaba consigo y en dos días estaba recuperado para seguir el viaje. Más adelante, me cuenta en la carta, comenzó a sentir una fuerte insolación. Llevaba horas caminando a campo abierto surcando las arenas candentes del desierto. Sentía como si le hirviese la cabeza, estaba completamente abrasado y con muy poca agua para resistir ese calvario. Pasó tres noches infernales, con la mirada extraviada, hasta que nuevamente los remedios caseros de algunos viajeros le hicieron volver a la vida.

Trabaja en un taller de artesanía, donde, entre otras cosas, fabrica pulseras de colores. Le gusta esta labor, se pierde en sus recuerdos mientras va hilando los colores. Cada color le trae un aroma, un sonido, una fotografía de su hogar. Su compañero siempre le pregunta en qué piensa, y le gustaría contarle, pero le vuelve a su ensoñación en las cascadas de su antigua existencia. El compañero le da una patada por debajo de la mesa, él se rie, le hace un gesto de cómplice pero una mirada adulta, un tanto dura, le devuelve al trabajo.




 Convivencia

Terminó el partido de fútbol. Un empate. Bueno. Nos venía mejor haber ganado, pero un empate nos vale. En esta ocasión no hubo algarabía, ni abrazos, ni felicitaciones; más bien, nos fuimos todos al vestuario cariacontecidos, como resignados por lo que pudo ser y no fue. Acabé el partido medio muerto. Había corrido durante los noventa minutos como si me fuese la vida en ello. Eché a correr para llegar el primero a las duchas y me quité la camiseta por el camino. De repente, oí al entrenador gritándome. Me ordenó parar. Me dijo que había cometido dos incorrecciones, una salir corriendo y, otra, peor aún, haberme desnudado antes de entrar en las duchas, así que me iba a sancionar por dos faltas. Le supliqué que me perdonará, que estaba muy cansado y no me había dado cuenta de lo que hacía, pero el entrenador fue inflexible y de nada sirvieron mis excusas.

Lo que te puedo decir de la intimidad es que hay unas normas. Así la privacidad de la gente no es interrumpida por nadie, y se respeta, como por ejemplo, si te estás duchando y alguien se mete al baño, no te respeta y te corre la cortina de la ducha estando desnudo; por ejemplo, la ley de que no te saquen en internet sin tu consentimiento o suban videos maltratando a gente, etc. Esta ley te garantiza la protección de la familia y personal de los ciudadanos; más la privacidad, que es sólo para personal autorizado exclusivamente.

Yo creo que lo que hice no es correcto y no hay que exhibirse delante de los otros compañeros o personal que esté allí trabajando , y no hay que enseñar tu cuerpazo a los demás y así no se te quedaran mirando y ubicarte medio desnudo.

La intimidad la tenemos que conservar porque es un derecho que es nuestro. Solo lo expresamos con las amistades, familia y gente que nosotros consideremos y a nadie más se la mostramos ni expresamos. Por ejemplo si yo sólo he estado con una chica en mi vida, que no es el caso, pues otras personas que no me caigan bien o me gusten no lo tienen porque saber, ni intentar averiguarlo y menos preguntarlo, porque no es de su incumbencia.

El deber que implica la intimidad es, por ejemplo, que si yo tengo una mujer o novia y hemos tenido relaciones, no lo tenga que saber todo el barrio, sino yo y ella y la gente que ambos escojamos, siempre que sea de confianza. Porque ella tiene el derecho a que no sea revelado y yo el deber que no decir nada, pero si violas ese secreto ella se puede sentir muy mal, y ofendida y seguramente que te deje o no te hable más en la vida, y si no te deja ni se separa de ti, eso no significa que no le haya ofendido.
En la playa, por ejemplo, no tiene importancia quitarse la camiseta porque para eso está, para bañarte y disfrutar. Ahí no violas ninguna intimidad de la gente, pero en cambio si estás en la vía pública como peatón, es decir, en la calle, no te puedes quitar la camiseta porque violas la intimidad de los ciudadanos ni bajarte el pantalón y hacer un “calvo” porque seguramente te multen por exhibición pública.
La intimidad se aferra a las normas de convivencia porque cada país tiene sus reglas y leyes distintas de los demás países. Si en un país está bien visto que la gente vaya por la calle con camisetas cortas y bañadores es porque así lo permite la ley. Pero, en cambio, en las leyes de la selva o tribus está bien visto que lleven taparrabos y si coincidieran las dos razas seguro que se extrañarían e incluso se reirían uno del otro.

Las normas de convivencia tienen que tener un respeto mutuo y tolerancia. Hay una serie de normas que son las que están estipuladas por la ley. En cada parte del mundo tienen sus normas diferentes a las de los demás. También sin discriminación hacia la gente, donde pone que no se puede fumar y cuando no puedes llevar el móvil encendido, por problemas de comunicación, respetar los normas estipuladas, no poner motes a ninguna persona ni a nadie, salir bien aseados y bien limpios de casa y que si me prestan una cosa importante, debo hacer un buen uso y no estropearlo ni dañarlo.

Que si estoy lejos, o donde esté, qué llame, o antes de salir avisar de dónde estás para que no se preocupen los familiares. Hay que respetar la salud propia y ajena sin faltar el respeto.


 Sueños


Abrió la ventana y veía a la gente pasar. Esperaba a su madre que vendría con un regalito para su hijo. Trabajaba de noche y llegaba por la mañana temprano justo para llevar a sus hijos al colegio y al instituto. El era un chico alto y delgado, muy inteligente, aunque también era un poco violento ya que por eso nunca tuvo un amigo fiable.

Eran las dos de la tarde, en el coche iban la madre y el padrastro de Gabriel. Discutían, El padrastro, que iba conduciendo, tuvo un despiste y chocó contra un camión. La madre al no llevar el cinturón puesto salió disparada por el parabrisas, impactando en el suelo a una gran velocidad.

Una semana después sus dos hijos fueron al funeral, a ver como enterraban a su madre. Ahora solo quedaban tres de la familia de Gabriel. A su hermano pequeño lo llevaron a vivir con los abuelos. Aún se acordaba cuando le preguntaba que por qué ya no venia su madre a buscarle por las mañanas. El abuelo le contestaba que ella estaba en el cielo, esperándolo para tener una vida mejor.

Era una situación muy triste y difícil para Gabriel y también para su hermano mayor, quien se puso a trabajar para mantenerse los dos. A Gabriel no le gustaba esa situación porque su hermano trabajaba seis días a la semana, diez horas diarias y le pagaban una miseria. Tampoco le gustaba que su hermano lo mantuviese, se sentía incomodo en su propia casa, dejó de comer, en su ojos se podía ver el sufrimiento de un niño doce años.

En una mañana fría y lluviosa Gabriel agarró sus cosas en un saquito y emprendió un vida solitaria dejando atrás a su hermano. Estuvo durmiendo en un portal durante tres noches, muriéndose de frió y hambre. Cerraba los ojos y le preguntaba a dios que por qué a el le pasaba esto, si no había hecho nada malo, por qué le hurtaba a su madre el poco dinero que guardaba en la hornacina, por qué de esa vida tan injusta que él tenía. Gabriel soñaba que algún día seria medico o tal vez ingeniero y que salvaría a su hermano pequeño de esa miseria en la que vivía, pero sólo eran sueños; por qué dejaría de ir al colegio, así era muy difícil que sus sueños se cumplieran.

Estuvo una semana entrando a un supermercado donde a hurtadillas desayunaba, comia y a veces hasta cenaba. Le gustaba porque comía lo que más le encantaba, pero había un problema porque si le pillaba el guardia de seguridad tendría que salir corriendo.

Así era la vida de Gabriel, de un niño solitario que callejeaba por la noche buscando un lugar para dormir, un lugar donde podría estar tranquilo y soñar, soñar con que sería alguien como esos que veía por la calle por la mañana temprano con traje y corbata, Siempre sonriendo, sin preocupaciones, pero despertaba, lloraba, caían lagrimas ardientes por su cara, y ese dolor, ese vació que sentía por dentro que le partía el pecho.

Pasaron los años, Gabriel ya no era un niño, ahora ya era casi un adulto. Ya no hurtaba comida en el supermercado, se dedicaba a atracar a la gente a punta de cuchillo para calmar su adicción a la droga, pero tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose.

A Gabriel le cogieron en uno de sus atracos y le llevaron a un centro de rehabilitación. El esperaba que le encerrarían en una jaula que oliera mal y no le darían ni de comer y que se tiraría todo el día limpiando alcantarillas. Pero cuando entró lo vio todo distinto, era todo limpio. Al principio él se sentía muy incómodo y vergonzoso, no conocía a nadie. Le dieron una habitación y algunos libros para leer. Empezó a leer y le vinieron rápidamente flashes a la cabeza y pensaba si se podrían borrar esas imágenes como fotos en el móvil, pero no. El vació le quemaba en el pecho, ahí estaba él, no se lo podía creer, trató de asimilarlo pero no pudo, pensaba mucho en el momento: “si hubiese corrido, si hubiese saltado la valla”; pero era tarde y él no se esperaba lo que le iba a pasar, no se imaginaba a donde le había llevado el destino.

Cuando Gabriel casi se sumergió en el sueño escuchó golpes en la pared como si le estuvieran llamando, se levanto de la cama y miró debajo de la puerta, la luz del pasillo estaba apagada, y se preguntó quien podría haber llamado, se relajó otra vez y volvieron a golpearle la pared, se levantó rápidamente de la cama asustado y preguntó con voz temblorosa quién estaba llamando.

Se alivió cuando supo que era una persona la que estaba llamando, una chica o eso era lo que parecía. Tenía una voz agradable y transmitía tranquilidad. Gabriel pensó que ojalá no se callara nunca y se preguntaba por qué estaría ella allí. Una voz agradable le contestó “hola, soy Diana ¿tú eres el nuevo, verdad? Sí, dijo Gabriel, creo que le he liado bastante por esta vez.

Estuvieron hasta media noche hablando, hasta que ella le dijo que estaba cansada y tenia sueño. Gabriel no pudo dormir esa noche, estuvo pensando mucho en esa chica, nunca tuvo una conversación tan larga con una chica, es más, nunca tuvo una conversación con ninguna chica. En el colegio nunca se acercó a ninguna chica porque no sabía cómo comportarse con ellas, y se sentía incomodó cada vez que alguna chica le hablaba. Siempre las rechazaba e intentaba no tener ninguna relación con ellas, no sabía ni él mismo por qué lo hacía, no entendía el por qué de su forma de ser. Pensando y pensando, los pajaritos empezaron a cantar y la luz entró por la ventana, a punto estuvo de dormirse cuando le llamaron a la puerta y le dijeron que se iba a juntar con sus compañeros. Había chicos y chicas, se presentaron todos y se preguntó que por qué todos esos chavales estaban ahí, no tenían cara de malos.

Pasaron semanas y meses, Gabriel se fue acostumbrando al lugar, se sentía seguro y tranquilo ahí a dentro, y la adicción a la droga se fue calmando, ya no pensaba como antes y ya no era tan cerrado, compartía sus historias con sus compañeros, aprendió muchas cosas nuevas. Los días volaban, ya le quedaban muy poco tiempo para salir.

Llegó una carta para Gabriel en la que le daban la libertad. En cuando la leyó se quedo pasmado, no se lo creía. Después de tanto sin ver la calle, se preguntaba si habrían cambiado las cosas. Ahora sólo pensaba en buscar a su hermano y encontrar un trabajo, que a lo mejor los de servicios sociales le facilitarían. Cogió sus cosas en un saquito, como al principio de esta historia, y se lo puso encima del hombro. Mientras salía todos le gritaban desde las ventanas “libertad, Gabriel, cumple tu sueño”. Las puertas se cerraron tras de él, desde lejos se detuvo en un semáforo y miró hacia atrás pensando que se había dado cuenta de muchas cosas, dejo atrás el pasado e iba a mejorar el presente. Una joven chica le sonrió desde un autobús, era Diana.


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